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La cruel muerte de Mata Hari, la espía más famosa de la historia …


abc(C.Cervera)/BBC News(H.Schofield)  —  A principios del siglo XX se levantó en la plaza del Carmen el Gran Kursaal, que era un frontón de día y una sala de variedades al estilo parisino de noche.

Los madrileños más bohemios celebraron el salto de calidad de la mala vida con una sala que atrajo a artistas internacionales y dio cita a los más atrevidos espectáculos, entre ellos el cuplé, un estilo catalogado de pornográfico.

El Rey Alfonso XIII y la nobleza picotearon entre aquellas mujeres ambivalentes y fuera de lo común, como La Chelito, Raquel Meller o Consuelo Vello, la Fornarina.

Por el Gran Kursaal pasó también la excéntrica Mata Hari, bailarina de danzas eróticas, con fama merecida de mujer fatal y un velo de misterio con el que se cubrió para ejercer de espía durante la Primera Guerra Mundial.

En la mañana del 15 de octubre de 1917, un vehículo militar gris salió de la prisión Saint-Lazare, en el centro de París. En él, acompañada por dos monjas y su abogada, iba una mujer holandesa de 41 años, con un abrigo largo y un amplio sombrero.

Una década antes, esta mujer tenía a las capitales de Europa rendidas a sus pies. Fue una legendaria «femme fatale», conocida por sus bailes exóticos, y entre sus amantes había ministros, empresarios y generales.

Pero cuando inició la Primera Guerra Mundial, el mundo cambió. Ella pensó que podría seguir cautivando a toda Europa. Pero ahora, los hombres con sombrero de copa querían algo más que sexo. Querían información.

Y eso significaba espiar.

Esto era Mata Hari, y estaba a punto de ser condenada a muerte.

¿Su crimen? Ser una agente pagada por Alemania, recopilar secretos de los oficiales aliados con los que se acostaba, y dárselos a los alemanes. Los periódicos sensacionalistas publicaron que era responsable de la muerte de miles de soldados aliados.

Pero las evidencias presentadas en su juicio, y otros documentos, mostraron otra cosa: ella era una doble agente y pudo haber sido un chivo expiatorio.

De la holandesa se han dicho auténticas burradas, quién sabe cuántas ciertas, como que dominaba de cabo a rabo el Kamasutra o que no se despojaba de su cache-seins metálico ni siquiera para hacer el amor desde que un amante, enardecido por la pasión, le había arrancado los pezones a mordiscos.

La propia Mata Hari, hija de un sombrerero de provincias, era la principal forjadora de estas leyendas al interpretar toda su vida la personalidad de una danzarina hindú sagrada dedicada desde la pubertad a Siva, papel para el que se había documentado cuando vivió en Indonesia casada con un oficial del ejército colonial.

Y también ella, que escandalizó a la belle époque con sus golpes de cintura, fue la responsable máxima de su perdición. La bailarina vio una vía fácil para conseguir dinero en un juego de espías y contraespías que terminó por superarla.

Un tribunal de guerra de Francia la condenó a muerte, en un juicio repleto de irregularidades, acusada de ser una agente doble y hasta triple durante el conflicto mundial. «¡Parbleu!, ¡esta dama sabe morir!», exclamó uno de los soldados que la ejecutaron al amanecer del 15 de octubre de 1917.

Nuevas evidencias

Ahora, exactamente 100 años después, el Ministerio de Defensa francés publicó documentos hasta ahora secretos que arrojan una nueva luz sobre la espía más famosa de todos los tiempos.

Entre los documentos liberados se incluyen las transcripciones de sus interrogatorios por parte del servicio de contraespionaje francés en 1917. Algunos se exhiben en una muestra en el Museo Fries de su ciudad natal, Leewarden, en Holanda.

La notificación de la condena a muerte de Mata Hari.

También está el telegrama enviado a Berlín de un agregado militar alemán en Madrid que condujo al arresto de Mata Hari en un hotel en los Campos Elíseos, y que más tarde sirvió como prueba clave en su breve juicio.

Nacida como Margarethe Zelle, en 1876, Mata Hari (se dice que el nombre significa «ojo del día» en indonesio) tuvo una vida extraordinaria y trágica.

Tras un miserable matrimonio en las Indias Orientales Neerlandesas -actual Indonesia- se reinventó a sí misma como la diva de la Belle Epoque de París, donde sus sensuales bailes eran un billete al interior de los centros de decisión de la sociedad europea.

«Incluso sin el espionaje, Mata Hari sería recordada hoy por lo que hizo en las capitales de Europa en la primera parte del siglo pasado», dice Hans Groeneweg, curador del Museo Fries.

«De una u otra manera ella inventó el striptease como forma de danza. Tenemos su álbum en la exhibición y hay montones de recortes de periódicos y fotografías. Era una celebridad«.

Sin embargo, el mito de Mata Hari está dominado por el espionaje. A través de los años, muchos historiadores salieron en su defensa. Ella fue sacrificada -sostienen algunos- porque los franceses necesitaban encontrar un espía para explicar la sucesión de reveses en la guerra.

Para las feministas, ella fue el chivo expiatorio perfecto porque el «libertinaje» hacía fácil etiquetarla como una enemiga de Francia.

El telegrama

Foto policial de Mata Hari el día de su arresto.

Hasta ahora, los detalles completos del interrogatorio por parte del procurador Pierre Bouchardon habían estado vetados para los historiadores.

Se sabía, sin embargo, que en 1916 -después de una breve estancia en Londres donde ella fue interrogada por el servicio secreto británico, el MI6- Mata Hari volvió a Francia vía España.

En Madrid se hizo conocida de Arnold von Kalle, el agregado militar alemán. La historia posterior dice que esto fue en cumplimiento de un acuerdo previo con la inteligencia francesa, con la que se comprometió a usar sus contactos alemanes para ayudar a los aliados.

Pero fue el telegrama de von Kalle el que la llevó a la ruina. En él, el oficial da a sus jefes en Berlín los detalles de un tal agente H21. Da direcciones, detalles bancarios y incluso el nombre de la fiel sirvienta de Mata Hari. Nadie que lo leyera tendría duda de que Mata Hari era el agente H21.

El telegrama, interceptado por la inteligencia francesa, está ahora visible en la exhibición en Leeuwarden. Más bien, la traducción oficial del telegrama. Y ahí está la trampa.

Según algunos historiadores, el episodio completo del telegrama es sospechoso.

Los franceses -se argumenta- hacía tiempo que habían descifrado el código con el que fue escrito el mensaje. Los alemanes lo sabían, y aún así, von Kalle envió el telegrama. En otras palabras, querían que los franceses lo leyeran.

Así que, según esta teoría, fueron los alemanes los que llevaron a los franceses a arrestar y ejecutar a su propia agente.

Pero hay otra teoría.

¿Doble agente o chivo expiatorio?

¿Por qué hay sólo una traducción en los archivos? ¿Dónde está el telegrama original? ¿Pudieron ser los propios franceses los que inventaron el documento para culpar a Mata Hari? Eso les daría su «espía». Y la opinión pública estaría satisfecha.

Ambas teorías hacen de Mata Hari una víctima. Tanto una como otra parte creyeron conveniente sacarla de en medio, y eso hicieron.

Pero los archivos franceses sacaron a la luz otro detalle, que, de hecho, relega esas hipótesis. Porque lo que muestran las trascripciones de junio de 1917 durante su interrogatorio, es que Margarethe Zelle confesó.

Le dijo a Bouchardon que sí había sido reclutada por los alemanes. Sucedió en 1915 en La Haya.

Mata Hari ante el pelotón de fusilamiento. Hay dudas sobre esta fotografía, que puede haberse tomado de una película contemporánea.

La tragedia

El 19 de octubre, el diario ABC informaba así de su muerte:

«La bailarina Mata Han, cuyo verdadero nombre era Gertrudis Zelle, fue condenada a muerte en julio por espionaje e inteligencia con el enemigo. La artista, de origen holandés, que había residido en varias capitales de Europa y principalmente en París, fue detenida en Francia en el mes de febrero.

Desde el principio de la guerra, según periódicos de París, poseían las autoridades francesas pruebas de la culpabilidad de Mata Hari que facilitaba al adversario datos importantísimos.

Mata Hari, poco antes de la declaración de guerra, frecuentaba en Berlín los círculos políticos y militares y policíacos, por estar al servicio de Alemania, donde la habían matriculado y asignándole un número de orden.

Fuera del territorio francés conferenciaba con altas personalidades enemigas, y desde mayo había recibido de Alemania importantes sumas, como remuneración por sus informes. Se le presentaron pruebas materiales y la acusada reconoció la certeza de los hechos que se le imputaban».

A Mata Hari los uniformes le despertaban su lado más primitivo, aunque en su caso era una cuestión sexual.

«Siempre he amado a los militares. Prefiero estar con un militar cualquiera que con el banquero más rico de la ciudad», afirmaba la mujer fatal.

Ante el tribunal que la juzgó trató de explicar que se acostaba con los militares por placer, no para sacarles información.

Quizá fue la única vez que no mintió en su vida, pero no la creyeron.

Nadie reclamó el cadáver de Mata Hari.

La culpabilidad quedó demostrada, pero no explicada a una sociedad que desde entonces empezó a escribir novelas y relatos para acalarar tanta confusión.

Según el relato oficial de las audiencias del Consejo de guerra, el comandante Massard, publicado parcialmente por ABC el 21 de mayo de 1923, «recibir la orden de hacer fusilar a un hombre o a una mujer causa siempre una impresión desagradable.

La orden de fusilar a Mata Hari no me emocionó mucho. Yo había asistido a las audiencias secretas del Consejo de guerra y sabía por qué y de qué manera la bailarina había sido condenada.

Aquel Consejo de guerra estaba presidido por el coronel Semprou, antiguo jefe de la Guardia Republicana, y celebraba sus audiencias en la Sala de la Corte de Justicia, a puertas cerradas.

Nadie podía penetrar en la sala y yo era el único oficial autorizado a asistir a los debates. Los centinelas no dejaban acercarse a menos de diez pasos de las puertas, y ningún ruido de fuera, ninguna influencia exterior, podía turbar la majestuosa calma de aquél Tribunal, tan terrible en apariencia y tan imparcial, tan frío en el fondo».

A la hora de fusilarla se comenta que quienes estaban presentes, y los que debían fusilarla, se tuvieron que tapar  los ojos  para no sentir pena y abortar la misión, pues era una pena dañar a una mujer tan bella y que parecía no había hecho más que tratar de subsistir.

A Matahari también se le ordenó vendarse los ojos, sin embargo esta se resistió. Decidió esperar la muerte de manera diga, viéndola llegar, viendo como cada tiro iba dirigido hacia su cuerpo. Antes de los disparos lanzó unos besos a los que tanto había amado y admirado, los militares.

No se amilanó ante los doce zuavos que formaron su pelotón de fusilamiento. Dicen que les lanzó un beso y hasta se abrió el abrigo negro que llevaba para mostrar de qué color era su carne. Uno de ellos cayó desmayado.

Se dice que fueron cuatro los tiros que lograron dar con su cuerpo. Uno en la pierna, otros en el pecho y el de deseo, en la sien. Un oficial se acercó con un revolver y le disparó una vez en la cabeza.

Después de la ejecución, nadie reclamó el cuerpo de Mata Hari. Fue entregado a la escuela de medicina de París donde se usó en clases de disección. Su cabeza se preservó en el Museo de Anatomía, pero durante un inventario hace unos 20 años se reportó que había desaparecido.

Se presume que fue robada.

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